a d i c t a
Soy adicta.
Mejor decirlo de una
vez.
Adicta.
La palabra no suena
mal, pero el contenido me corroe, su sensación me asfixia. Cuántas veces
decimos algo a la ligera, algo tan hiriente como la degradación perpetua de lo
que sentimos, de lo que somos, de lo que vos
sos para mí. Algo tan estrepitoso como un grito profundo de desagrado a la
mañana, después de un mate compartido que no sabía tan amargo. Me devolvés un
golpe de revés, pero mi golpe yo no lo sabía, no lo vi así, directamente no lo
vi.
Creo que por eso
quiero decir:
Adicta a las
sensaciones arremolinadas que sacuden todo mi cuerpo, a la idea de quedarme sin
palabras, obnubilada, al hecho concreto y material de quedarme sin palabras,
muerta muy viva, expectante, atravesada de puñales.
Adicta a buscarte en
todas partes aunque nunca supe quién sos (y seguramente nunca se sabe quién es el otro,
pero nos atontamos repitiendo, te conozco,
ya sé lo que vas a hacer, ya sé lo que pensás, tan adictos a la sabiduría de la
frase hecha y el golpe bajo, a la psicología de perogrullo, a la comodidad de
ganar una batalla verbal). Quizás me objetarán que no se puede buscar lo que no
se conoce, pero justamente ahí radica mi adicción, todo se me desconoce, como
arena entre las manos, se disuelve, como una identidad en cualquier pantalla, y
vuelvo a una sensación que ni siquiera tiene que ver con vos, sino conmigo, es
conmigo la cosa y la odio la odio la odio porque me hace mala nena mala perversa
malparida y soy
Adicta al hada buena
que rescata a todos y les muestra el camino y es una carga de mierda porque no
hay nadie para rescatar, todo es tan tan
yo que el verdadero trabajo ni siquiera lo puedo ver, tan adicta, perdida
al pensar que puedo resolver volcando en el papel, haciendo titilar este cursor,
como un corazón adicto a la vida, consciente de sí.
Adicta al enrosque y a
la complejidad, al gris que nunca se acaba y se enloda, camino arenas movedizas
permanentes, pero la cabeza queda afuera y al parecer sirve para funcionar en
sociedad, cabeza sobreviviente y sobredimensionada, piedra golpeada y mellada,
cortezas que absorben el afuera para andar.
Adicta a comer el
mundo en sandwich gigante y venoso, infectado de contaminación adictiva.
Adicta al ruido urbano
que me duerme todas las noches para despertarme a las 3 de la mañana y estar
destruida durante el día, sonámbula adicta, conectada con el más allá, soñando en
la vigilia, pensando en la vida como maqueta, la vida como ajedrez, la vida
como teatro, la vida como una decisión que puedo tomar.
Adicta a morirme y sobrevivir, qué tedio!
Adicta a morirme y sobrevivir, qué tedio!
Adicta al cansancio y
a la falta de él, adicta a agregar actividades y que las horas estén llenas como
un vaso que se derrama cuando lo querés tomar.
Adicta a tener el amor
de la adolescencia al lado y pedirle todo, como a un dios omnipotente fuente de
mi generación.
Adicta a que todo se
me niegue porque el amor que todo lo puede ya fue encontrado y superado y ahora
no se puede seguir en la fascinación, ahora hay que vivir muriendo de amor
porque nunca te encuentro, porque en la cama lo más real es tu olor en la
almohada, porque llevás una vida que no comparto y yo también, no te comparto
mi vida, no quiero, adicta al secreto, a la mentira, a la ficción.
Adicta a la nostalgia
de no mentir porque nada es tan oculto como no conocer la vida que llevo. Todo
podría ser endeble, no sé.
Adicta a la indecisión
y al giro de opciones, a la mudanza perpetua, al no descanso.
Adicta a trepar
montañas sin punta, cargada como una mula, vestida inapropiadamente, leyendo
libros en otro idioma.
Adicta a buscarte, sí,
vuelvo a eso, a esa vergüenza como una espina en el alma, que me hace vudú cada
tanto, cada cierta cantidad de tiempo no definida, a veces como dice la poeta, a veces más seguido que otras, como
creerse que ya no, pero después sí, como pensar y olvidar, como decir no y
hacer sí, sentir sí, querer con el cuerpo el corte que la cabeza rechaza, la
sombra que me deja a tientas, chocando con paredes que levanté esta misma
tarde.
Adicta a repetir tu
nombre y ver con qué combina, dónde aparece, pero esa invocación es demoníaca
por sumirme en un pozo que no existe, pero que a la noche cavo y cavo dormida.

Adicta a creerme
apasionada y cultivar mis pasiones como baobabs que crecen a mi alrededor y me abrazan,
cegándome, ahogándome.
Adicta a salvarme por
un pelito y pensar que soy afortunada y sentirme culpable y volverme santa,
santa adicta a los vagabundos con mucho discurso interesante e inentendible,
pequeños ladrones y psicópatas de pacotilla que cuido, resguardo, alimento, inflo
como globos, los hago volar hasta que su propio peso los vuelve a tierra,
bombas estalladas de dolor, de furia. Y entonces mi visión les resulta
insoportable, inconcebible.
Adicta a sentir que
soy inconcebible, como si fuera algo interesante, y es una bolsa de herpes que
te salpican, intermitentes.
(Nunca fui adicta a drogas,
no lo necesité. Inventé esta forma económica para ser vital socialmente, funcionar
dentro del capitalismo, para enmascararme y pasar desapercibida. Una parte de
mí cortaría a la otra quirúrgicamente, y mutilada, avanzaría sin parar,
batiendo récords. No sería cierto, sin embargo. Sería real en la realidad, pero
falso. Pronto el fantasma aparecería, inconquistable ya en su fluidez etérea.
Estaría acabada en la cima. La adicción sería muerte segura. Y en el fondo,
quién quiere morir?)
Adicta a la vida y a
todas sus personas, a la conexión incesante, al punto final y sus concesiones,
sobre todo a ellas, concesiones, objeciones, reparaciones; adicta al punto y
coma y a sus clasificaciones enumerativas; adicta a los puntos suspensivos de Edgar
Allan Poe y adicta a odiarlos cuando están mal usados y decepcionan; pero, por
sobre todo, adicta a los dos puntos y a sus expectativas abismales:
Adicta a levantarme a
la mañana y sentir ganas, sentir brisa, olores, buscar destinos y tu mirada,
que me crea nueva y adicta otra vez, amnésica de corazón agujereado y cabeza
partida.
Adicta a vos y a la
sangre que repartimos y mezclamos.
Adicta a volver a la
palabra y que ésta vuelva a mí, a ver si me dice algo, y esta vez, puedo escuchar.
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