El caballo impertinente
Me subo a un caballo, todo parece tranquilo, incluso inmóvil, como si fuéramos en una calesita pero con animales de verdad. Está el caballito marrón, el alazán, el manchadito, el blanco, el grisáceo. Van en fila. Lentos, cansinos, con esa mirada que no se sabe qué enfoca, oblicua y hasta temerosa que tienen los caballos. Van en fila, derecha, izquierda, derecha, izquierda, en fila. De pronto, el mío corta camino, se adelanta rápido y se pone al lado de otro, se acerca mucho, sujeto la rienda pero no me hace caso, tira un tarascón, va directo al cuello. Relinchan, el mío corcovea un poco, creo que voy a caer, se mueve mucho, pierdo un estribo. En un segundo irrumpe el chico gaucho que controla todo y lo acomoda. Me dice: más fuerte la rienda, agarrala más. Cuánto hacía que no montaba? Ni me acuerdo, siempre fue en esa calesita en fila india que los animales conocen, y que también saben romper, porque a veces se cansan, o tienen hambre y se detienen a pastar, ...