La Navidad es una función de contacto de Jakobson


Me preguntás cómo estoy, me preguntan si me gusta la Navidad. De afuera, parezco navideña: me gustan las luces parpadeantes, las guirnaldas brillosas, las pelotitas de vidrio o de plástico, bordadas con purpurinas, los pinos. Me gustan los adornos y los accesorios, creo que nos realzan, son condimentos estéticos que nos dan más sabor. Me gustan las frutas glaseadas, el vitel toné con alcaparras que como una vez por año y esos cientos de arrollados con palmitos, aceitunas, tomates, atún, jamón, queso. Me gusta que cuando la mesa rebalsa de comida mi mamá trae dos tortillas calientes, una de verduras y otra de camarones, y todos las atacan porque es lo nuevo, lo que recién llega. Me encantan las pasas con chocolate, almendras con chocolate, avellanas con chocolate. Frutas secas con chocolate a granel: cientos de ellas, redondas, distintos tamaños, todas mezcladas, en tu boca descubrir qué son. El pan dulce no me entusiasma tanto pero adoro ver a los fanáticos en búsqueda del santo grial reluciente: nueva panadería, será el pan dulce perfecto? En el centro de la mesa reina, coronado él mismo de una manta blanca con asomo de cerezas, castañas de cajú y otros artificios recubiertos de un almíbar que los hace relucir, pegotear los dedos de los atrevidos como yo, que le roban algún rubí o esmeralda cuando los demás se distraen. 
Me apasionan los regalos, darlos y recibirlos, pero a medida que me fui volviendo "adulta" (esta palabra me da impresión, y espero que nunca aplique completamente a mí así sea viejita viejita) comprendí que regalar en serio requiere mucha planificación, un tiempo caudaloso que Papá Noel tiene y yo no. Es lógico que le lleve todo el año aparecerse, es imprescindible. Aun con sus implementos mágicos y su posibilidad de disponer de un ejército de gnomos, pensar en cada persona y adjudicarle un regalo es dificilísimo. Odio esos tours apurados al shopping donde metés de todo en la tarjeta de crédito rezando que hasta para lo más irrisorio te hagan 12 cuotas. Odio esas hordas desesperadas por cubrir (porque se trata de eso) el último regalo. Así obsequiar se vuelve mecánico y pierde sentido. Siento que me vacío. Cuando de verdad regalás hay un fueguito que te vuelve y los ojos se iluminan y quedamos todos prendidos, con una pátina de emoción que es un bálsamo, que es una sonrisa dedicada. Si eso sucede, quedamos enlazados. La familia no es genética: es esa mezcla de ebriedad, alimento compartido y charlas inconducentes que muestran que la función fundamental según Jakobson (he aquí mi parte agregada de la familia) es la fática o de contacto, te toco con mi mensaje aunque no te digo nada de verdad. Te amo, nos amamos, aunque casi no entendemos o no coincidimos en nada de lo que decimos. Abrimos nuestras bocas, abrimos nuestro pecho. Nos dejamos impactar. 
Dónde está tu espíritu navideño, mamá?, me preguntó Allegra con tres años casi cuatro, dicción perfecta, preocupada, seria (mamá no respetaba armar el arbolito el 8 de diciembre). Se ve que en mí el espíritu navideño es una función lingüística de contacto. Me gusta, al final, la Navidad. 
km. 2015

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