Informe sobre problemas de escritura


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Informe sobre problemas de escritura
Karina Macció
(leído en las Jornadas de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1 de junio de 2019)


Me despierto y me sigo informando. Ayer tuvimos una jornada de traducción intensiva. Nada más productivo para pensar la lengua que salirse de ella. Ir y venir del francés al español, por ejemplo, desnaturaliza nuestra lengua de origen. Me informo, entonces, sobre algo que vuelve como una sensación corpórea generalizada: para poder escribir hay que desconfiar de la lengua. Un obstáculo importante es creer que la “manejamos”, porque nacimos en ella, nos alimentamos de ella, nos formaron. La lengua materna, ¿la propia? Nada menos propio, diría, parafraseando el poema de Alejandra Pizarnik, titulado Solo un nombre


alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra



Debajo de la lengua, aplastado, o mejor, prefiero verlo atravesado por ella, el yo.
Ni nombre propio ni lengua propia. Somos hablados, somos escritos aún cuando la escritura surja con un propósito, y quizás, más por eso mismo. Otro problema-obstáculo: quiero ir hacia allá, quiero decir esto, quiero escribir sobre este tema y de esta manera. ¿Cuál? La manera propia, el estilo. ¿Cómo plasmar nuestra voz? Otro problema que nunca se resuelve, y agregaría, por suerte.

Me despierto y me sigo informando.
Se trata de un despertar ficticio para inventar este informe. En este despertar rememoro lo que me ayuda a no paralizarme cuando me dispongo a escribir. Una operación básica: la traducción. El límite concreto que a cada instante nos impone realizar una traducción obliga a recorrer cada palabra como un territorio nuevo, inhóspito. Entre dos lenguas no hay posibilidad de equivalencia, pero tampoco la hay entre una palabra y otra en la lengua propia. Hay una ficción poderosa, la de la sinonimia, pero no es más que eso. Usar una palabra u otra es elegir entre un mundo y otro. Cada palabra viene con su historia, filológica, social, cultural. Por eso la traducción es una reescritura (una traición dice Borges, una versión que se desprende y hace su camino), y la escritura propia es la constante reescritura de todo aquello que leímos y escuchamos, hablamos y pensamos. Al escribir saltamos a la hoja como al espacio exterior. No sé nada. Creo saber, mejor desconfiar. Pero andar, al mismo tiempo avanzar, dejar que la línea sintagmática fluya, se despliegue, a ¿dónde va? Dejar que se muestre, y seguirla. Entonces, confiar, pero en lo que desconozco.
Vuelvo a la frase inicial.

Me despierto y me sigo informando.
No sé si debería poner alguna de estas frases que repito entre comillas. Se han vuelto un objeto. Me detengo en la acción de “informar”. El verbo contiene un formato, la escritura como información parece un comienzo. Pero es en el sustantivo que se ilumina para mí la cuestión. Me voy deslizando en las palabras. “Informe” es un género (una tela para cortar, puedo recortar un pedazo) y fácilmente se descompone en esta sílaba in- que tantas veces niega lo que viene a continuación (invisible, inédito, independiente). Informe es también lo que no tiene forma. Propone, al mismo tiempo, forma y no forma. La escritura adquiere su forma del o de lo informe. La escritura nos informa siempre, antes de estar formada y mientras se va vislumbrando como tal, aunque no llegue a instalarse en ese participio. La forma no llega a formada porque quien escribe deja abierta la escritura. El lector (no existimos sin esta parte) es quien formará algo, una condensación efímera de sentido, que le permitirá activar, a su vez, la propia escritura.
Entonces, la escritura como obstáculo e iluminación. Si pensáramos directamente en eso a la hora de realizarla, nos paralizaríamos. Hay que saber olvidarse del “informe”, de lo informe. Buscar la forma supone un olvido, porque la forma ya está perdida. Es a partir del olvido y la sensación de pérdida que se abre una posibilidad. Es a partir de que no tiene forma. Una cita de Samuel Beckett dice: Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better”.  Alguna trataste. Alguna vez fallaste. Intenta de nuevo. Falla otra vez. Falla mejor.
Traduzco a propósito “fail” como “falla”, “fallar”, no como “fracaso”, “fracasa”. Del fracaso como forma de llegar al éxito se apropiaron los emprendedores. No me interesa. No hay éxito, no exit, sin salida. Me gusta también esta otra cita:
“You must go on. I can't go on. I'll go on.”― Samuel Beckett, The Unnamable
Debés seguir. No puedo seguir. Voy a seguir.

Beckett abandonó el inglés para escribir en francés Molloy (1951), Malone Muere (1951), El Innombrable (1953) o Esperando a Godot (1953). En una carta al librero Axel Kaun, escrita en alemán, lamentó que el idioma inglés se le volvía a “un velo que uno debe hacer trizas para llegar a las cosas que aguardan detrás”. Romper la lengua hasta el punto de pasarse a otra, llevar el inglés al francés, o viceversa.
Por su parte, Rubén Darío, quien recibió el mote de “afrancesado” en su época, tuvo un propósito muy específico: volver más “femenino y dulce” el español, a través de la incorporación de modos y ritmos del francés.

Me despierto y me sigo informando.
Hubo una palabra que desencadenó este hilo de pensamiento. La palabra francesa “rappport”, tan polisémica que parece un comodín. Informe, reporte; relación, conexión, vínculo; relación, rendición en matemática; relación sexual. Fue esta palabra la que me hizo pensar: in-forme, una relación a la forma. Hay que soportar tantos sentidos, o ninguno, comodín vacío se llena por mis otra cartas. Hay que buscar la forma, o mejor dicho siguiendo este hilo, esperar pacientemente que la forma aparezca (esperanza).
De eso se trata lo poético para mí. Creo que la poesía es un sistema de aprovechamiento máximo del recurso, de la forma. No se trata de tener mucho (nunca lo tenemos, ni siquiera hay suficiente), “tirar manteca al techo” es un enchastre. Más bien, intentar movernos en la sutileza de una combinación, de un corrimiento. De fracaso a falla, ahí encontré una posibilidad. De “alejandra alejandra” a solo “alejandra”, sin mayúscula, pequeño, ahí debajo estoy yo, solo un nombre, una palabra sin ningún tipo de propiedad.
Para que ocurran estos leves movimientos, hay que trabajar. En lugar de Pienso, luego escribo; diría No pienso, trabajo. El cuerpo es casi nada, pero lo tengo, veo mis manos trabajar, escribir.
La masa es etérea, de luz.
Debo ser delicada, rápida, casi invisible, como alas de mariposa o colibrí.
Una palabra se abre, ahí estás, invadida. Rapport: del informe a la relación sexual, armar y amar una relación, cultivarla, generar una conexión. Sutil y arrollador. Dejarse arrollar por la luz de la lengua. Y lo que primero aparece como un error, una imposibilidad, una piedra, es el ojo que se abre, el agujero para pasar al otro lado, la supeficie donde estamos, al fin, escribiendo.


Bonus Track: un poema sobre la lectura/escritura


Me pregunto en qué momento vas a dejar de leer
levantar la vista
cambiar de tema
hasta dónde llegarán tus ojos en el papel
hasta dónde llegaron
creo que no puedo decirte todo lo que quiero
lo que digo no alcanza
lo que escribo quizás duele o es críptico
sin embargo te escucho
por qué empeñarse en las palabras
este enjambre en la cabeza que apenas posado se inmoviliza?
Las palabras hacen lío, decís
coincido y no
no
hay un aliento infinito en ellas
cuando estoy sola
revolotean, cantan, ríen
cuando no puedo más
siguen diciendo
cuando te diste vuelta y preferiste
no mirarme
pude rezar.
No es lo religioso del rezo
es la entonación, la rima, el pedido
dejar que la lengua haga su trabajo
mientras oigo casi en blanco
sentir que cada vez que digo una oración
quizás coincida con alguien
y alguien y alguien y alguien
más
cada cual en su noche
pero en sintonía de plegaria.
¿Habrás dejado de leer?
Espero que no.
Viste cómo soy, obstinada
insisto
acá viene lo mejor
el postre
paradójico escribir para quien no lea o desvíe la mirada
o tal vez incluso más necesario
urgente
que la poesía te encuentre
como el amor
es un milagro
las oraciones permanecen
yo desaparezco
con alivio
puedo esperar que vuelvas
a mirar.





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