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Mostrando las entradas de enero 14, 2018

El caballo impertinente

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Me subo a un caballo, todo parece tranquilo, incluso inmóvil, como si fuéramos en una calesita pero con animales de verdad. Está el caballito marrón, el alazán, el manchadito, el blanco, el grisáceo.  Van en fila.  Lentos, cansinos, con esa mirada que no se sabe qué enfoca, oblicua y hasta temerosa que tienen los caballos.  Van en fila, derecha, izquierda, derecha, izquierda, en fila.  De pronto, el mío corta camino, se adelanta rápido y se pone al lado de otro, se acerca mucho, sujeto la rienda pero no me hace caso, tira un tarascón, va directo al cuello. Relinchan, el mío corcovea un poco, creo que voy a caer, se mueve mucho, pierdo un estribo. En un segundo irrumpe el chico gaucho que controla todo y lo acomoda. Me dice: más fuerte la rienda, agarrala más. Cuánto hacía que no montaba? Ni me acuerdo, siempre fue en esa calesita en fila india que los animales conocen, y que también saben romper, porque a veces se cansan, o tienen hambre y se detienen a pastar, se van del camino h

El punto ciego

El apunte sobre el presente lo destroza, como si arrojara una piedra a un estanque calmo, tan liso como un espejo. O me tirara yo de cabeza a una piscina prístina, peinada recta por el aire inmóvil. De inmediato, es pasado. No, no viviría nunca de esa manera. No se trata de una oración condicional o personal. Quiero decir: no se puede vivir así: escribo una línea: no estoy ya en el tiempo. Como si fuera lanzada a-fuera del presente? al futuro? pero eso dónde está? La plena incertidumbre. El pasado es lo que acaba de pasar, (anterior a la coma, al punto, a la piedra, a la cabeza) ni siquiera puedo darme vuelta a mirar, es al costado, un poco más atrás, imposible verlo. Lo hallo pegado, no tengo ángulo de giro, no hay perspectiva. El punto es ciego. Ese intersticio donde sucede lo inapresable, cunde el resplandor, la maravilla o la tiniebla. Ahí lo que no se dice, lo que no sé, no encuentro palabra. Te excavo, punto-pozo-ojo, meto la mano, una y otra vez, me hundo. Ahí el corazón invisi

Puedo verte relucir

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Dejé Buenos Aires, lo que siento es un estribillo:  no te aguanto más, te extraño como loca.  Tu calor me asfixia, pero tengo Guarida con aire y podemos leer de un tirón Aullido, hablar de grupos literarios, imaginar a Kerouac con su cigarrillo eterno al costado de la boca, precario equilibrio, mientras anota en su cuaderno manchado lo que será On the road.  Puedo verte relucir pese a todo. Pasé una noche de fiebre alucinada. Las sábanas eran mortajas mojadas. 40 grados Buenos Aires. No podía abrir bien los ojos y mi única preocupación era cómo iba a leer. Puedo verte relucir en el fuego del verano del cemento.  Ahora, en la ruta (así lo habría titulado yo), el aire es fresco y cortante. Toda mi ropa está mal. El cuerpo se comprime y respira. Abre sus bocas, quiero aullar.  Puedo verte relucir sólo con tus ruidos, editemos las palabras, a veces por ráfagas, venenosas. Queda Buenos Aires el jardín, te lo encargo sin límites “with the absolute heart of the poem of life bu