Shock Room

Puse el agua para el té. Costó. La mano izquierda no puede girar con facilidad la perilla de la hornalla. Lo hice después de varios intentos fallidos. Me olvidé después de preparar el té. Abandoné el agua y la cocina. El lado izquierdo del cuerpo lo maneja el lado derecho del cerebro. Pienso en los cruces y los encuentros. Los desencuentros son cortocircuitos. 

Escribo, puedo escribir, uso una birome de tinta violeta. La mano derecha funciona, está ávida (ahora paso tecleo, hay que pasar lo que está en el papel, me equivoco bastante, voy a tientas con las teclas, pero mis dedos buscan, las yemas de los izquierdos quieren despertar, cada vez más). 

(Tecleo)

Nunca perdí la conciencia. Pienso en enfermos de la cabeza, poetas, como Héctor Viel Temperley, Hospital Británico. Yo estuve en un Sanatorio (lugar donde colectivamente te sanan?), se llama Otamendi. En el mismo lugar, dos veces, entré a parir a mis hijas. De pronto, es rarísimo: llegar en ambulancia, charlando con el paramédico. Me costaba hablar, pero lo hacía, porque podía y eso bastaba, porque estaba consciente, porque era un lazo más con el exterior, otro que me distraía de lo pasaba por dentro, de lo que me inmovilizaba. 

¿Y qué hacían tantas personas ahí, enseñás algo? Soy profesora de literatura… Soy escritora… (agregué, si voy a morir, por lo menos que sea como alguien que enseña y escribe). Ah, qué lindo. Mis hijos se llevaron literatura siempre. Tengo tres varones. ¿Vos? Dos nenas. ¿De cuánto? (cualquiera que tenga hijos sabe que estas líneas se repiten una y otra vez, es de esas coincidencias que sirven para hablar, como arrojarse a un charco común más allá de cualquier contexto y chapotear un rato juntos)... Ah, son chicas todavía, recién empezás! El menor mío tiene dieciséis y mide 1, 90. Imaginate. 

(Tecleo)

Sí, me imagino tres pequeños hombres de enormes proporciones vestidos con equipo de gimnasia en distintos colores, algo como sacado de Los excéntricos Tenenbaums, pero cuerpos más atléticos, más argentinos, cuerpos ágiles pese a su altura, cuerpos frescos, cuerpos con todo disponible y funcional. 

Me miraba la mano. 

(Tecleo)

Apenas podía moverla. El brazo estaba paralizado. Descubrí que me había clavado una espina de algunos de los pequeños cactus del balcón. Estaba perfectamente plantada, erecta en mi pullover, quién sabe si habría llegado a la piel. No la sentía, podía reponer cuándo me la clavé, pero no sensorialmente. Miré al paramédico, seguía hablando, me sonreía. Miré a Nacho, estaba petrificado. Le dije algo, ¿qué? ¿Qué dijiste?

No se entiende cuando hablo, ¿no?

Me costaba muchísimo, la boca pesaba toneladas, oía muy rara mi propia voz y los sonidos estaban alejados, amortiguados por algodón, (así escribía Poe en El corazón delator).

Estaba en extremo consciente.

No había dolor, había apagón. Como si me estuviera quedando encerrada en el cuerpo. Como si la mente fuera a una velocidad ultrarrápida y el cuerpo estuviera sumergido en arena movediza. Pero aún podía hablar, ¿no? ¿No?

¿Se entiende cuando hablo? ¿se escucha? 

¿Por qué el paramédico me daba charla? ¿Me seguía la corriente? ¿el chapaleo de nuestra conversación-charco era tan común que no había que decodificar palabras?

Sí, sí, se entiende cuando hablás. Soy yo que estoy medio sordo, tengo los oídos tapados por el resfrío.

Cierto, temporada de gripe. Invierno repentino. Toses y estornudos al acecho. El jueves anterior me había levantado sin voz y con mocos cayendo, los ojos lloraban solitos. Era una nebulosa de agua, un desastre neblinoso. Trabajé igual a la tarde, hasta entrada la noche. La voz había vuelto a fuerza de jarabes, tés con miel a base de orégano (nueva recomendación, no tenía jengibre ni ganas de salir hasta que fuera inevitable). El jueves anterior pensé que mi gran problema era engriparme, quedar afónica. 

Llegamos.

Me bajaron en silla de ruedas. El paramédico que iba adelante, el que había informado sentado a mi lado en el sillón de la Guarida, “mujer joven, posible ACV”, repite el diagnóstico. Me movieron a una camilla. Acostada, ser horizontal.

(Tecleo)

Desde ese momento, vi aire, techos, cabecitas recortadas. No podía comprender qué implicaba ACV, Accidente ¿Cardio, Cerebro? Vascular. ¿Esto no es algo que les puede suceder a las personas mayores, a algún empresario

pasado que fuma, come, toma alcohol y le da un ACV?

Soy escritora, pensé, poeta.

¿Se puede tener un ACV por exceso de pensamiento, por extremada sensibilidad? 

Está pasando. El paramédico ya lo dijo. Vino una ambulancia. Estoy entrando por Emergencias. Me acostaron. Me llevan. Me cuesta hablar. Hay un costado inmóvil en mí. Vamos al Shock Room, escucho. Qué buen nombre para una novela, para una obra de teatro. 

Shock Room.

Está pasando.

Estoy teniendo un ACV. 



km. 2017
#diariodeinternación



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Alguien postea una foto de Gabriela Sabatini

c o r a z ó n

Literatura y Maternidad