Me preguntaste si era feliz
Veinte veces me preguntaste si era feliz. Sos feliz?
Cursor titilando. No sé, respondí. No mientas, no te escapes, no hay no sé. Hay
sí o no. Es simple. Y por eso no estamos juntos, ves? Nada es simple, de eso
estoy segura. Nada es simple. Si me preguntás: mataste a alguien? Es simple
responder que no. Pero si lo hubiera hecho, responder que sí no sería fácil.
Seguramente querría explicar qué pasó, dónde estaba, por qué, si creemos que
después de todo, no soy una psicópata total. Nada es blanco o negro. En la
teoría, en los libros a veces, en los relatos que nos contamos. Está bien, está
bien. Seguís preguntando. Sos feliz? Y cuando te leo, porque no puedo
escucharte aunque lo hago en mi cabeza, sólo se me ocurre pensar qué es feliz,
y cómo hacer para no mentir, porque seguro que mi idea de felicidad es tan
absurda que te voy a mentir. Por ejemplo, si te digo no: ¿no soy feliz porque
muchas veces siento un mar de tristeza en el pecho, otras un deseo que nunca se
colma, como si fuera un vaso que se llena pero está agujereado? ¿no soy feliz
porque hay estructuras, sistemas? Estructuras que me asfixian y con las que
convivo porque soy una mujer adulta? y entonces me levanto algunas mañanas como
si me faltara el aire y otras, cuando apenas aparece el sol quiero escapar o
escapo de mi casa como si fuera el origen de todos los males?¿no soy feliz
porque cada tanto me aburro, me parece todo previsible y siento que estoy
parada en mi tumba, esperando sólo el momento de tenderme, de cerrar la tapa y
oír cómo cae la tierra? ¿no soy feliz porque amo y deseo desordenado, porque
tengo fantasías de todo tipo, incapaz de llevar a cabo, porque la mitad del día
ando volando sin tocar el piso mientras imagino momentos ideales, con la luz
precisa, la brisa tenue, los colores adecuados, momentos en los que no falta un
beso perfecto y yo soy otra, nueva, abierta, exuberante, y soy la del
nacimiento en octubre, sí, también soy yo, k, me miro ser mirada y sonrío sin parar
y me olvido de las palabras como si fueran miguitas de pan que suelto para los
pájaros del bosque?
Entonces no te digo que no. Simplemente no puedo decir
que no. Acto seguido contesto Sí.
Pero no va solo, va matizado. Sí, soy feliz con reborde
de tristeza te digo. No lo aceptás. Seguís con estribillo Sos feliz? Sos feliz?
Sos feliz? Empiezo a creer que querés la respuesta que vos diste. Empiezo a
sospechar que tenés algo predeterminado o visto o analizado. Eso no me gusta.
Aunque no lo creas, intento responder en serio. Y seguís acorralándome. La
pregunta es simple: sos feliz? Se contesta sí o no. Te digo, escribo, Sí por
segunda vez y siento que todo lo que queda afuera de esa respuesta es lo que
tiene sentido. Afuera del sí flotan mis ganas de abrazarte y escuchar tu voz.
Sí, sexo también, por qué no? Como si fuera algo tan intangible cuando es todo
lo contrario, como si fuera algo tan prohibido, tan oculto, tan oscuro. No lo
veo así. Ni siquiera hablo de sexo sin amor. No, no, no, le meto encima el amor
como si fueran cerezas o frutillas que completan todo, que dan el gusto
perfecto, delicioso, sí, le doy con todo para que sea increíblemente bueno,
para que sea inolvidable, para que no sea una vez más, para que sea el éxtasis
físico de dos cuerpos en sincronía, real, absoluta, un instante fugaz de total
compenetración, un patear o recibir en el pecho a la muerte, una risa infinita
que se hace músculo, una canción que resuena en el alma, alma arpa que se tiñe
de brisa de olas, ondas que llegan a la orilla del cuerpo, que rompen espumosas
y nos dejan mojados, exhaustos, ebrios, perdidos en los ojos del otro,
entreabiertos.
Sos feliz, me decís. Entonces no tenés ninguna cuestión
fundamental para cambiar.
Racionalmente, afirmás, llegamos a esta conclusión.
Me pregunto, ni te lo digo, cuándo la razón ayudó más
allá de la parte operativa? Vivo rodeada de ingenieros, me los busco, se me
pegan, cuanto más racionales, mejor. Un poco me arrojo la tarea de
confundirlos, de enseñarles los límites tan concretos de la adorada razón.
Muchachos, me fascina la lógica, soy maestra ciruela de lo argumentativo,
practico la razón, me sale, entiéndanme, me parece un recurso potente,
magistral, civilizatorio. Pero la verdad la verdad, en cuanto a lo que siento,
no me permite entender nada. Las estructuras se funden y caen, castillos de
naipes, frágiles torres gemelas. Sentir no es hacer sentido. Sentir es el
temporal no anunciado, el tsunami que se prepara dejando la playa desierta, los
peces aleteando en falso, el instante donde no sabés y todo es posible, vivir y
morir se mezclan, se abrazan, no los separa más que una raíz de la lengua.
Sentir nunca hace sentido. Eso lo hacemos después, con la
razón.
Y a sos feliz? te contesto: no sé, nunca lo quiero saber.
Feliz es un estado finísimo, relumbrante y efímero. A veces me doy cuenta, un
milisegundo, soy: la mirada pícara de mi hija disimulando su travesura o una
ocurrencia preciosa de la mayor, tan vívida como una paradoja, o él, tomando mi
mano, apretándola levemente, posándola en su pierna como una mariposa exótica,
no nos alejemos, me dice sin decir, no nos distanciemos, estoy acá, ves?
Necesito tu mano en la mía. O la forma en que me llama secretamente y se ríe
del nombre inventado, que me queda, como un vestido mágico que cubre cada
centímetro de mi cuerpo, cada pelo, cada uña. Sos vos, me dice. Una hoja
verdeamarilla, a punto otoño, deja traspasar la luz de la temprana tarde
mientras los cuatro vamos en el auto. No puedo contarte de esa luz, es
perfecta. Entiendo la locura impresionista por captarla: entre las hojas se
desprende, se abre paso quebrando débiles sombras, a las escondidas juegan
rápido, y entonces se desprenden gotas intermitentes de luz, como estrellas
vespertinas verdes, amarillas, ocres radiantes, el viento suavísimo no está más
que a su servicio, a brillar, a bailar acompasadas, corales de luz. Dura
segundos, quizás un minuto. Soy feliz. No entro en mi cuerpo. Soy abrumada por
el amor.
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