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Mostrando las entradas de enero 4, 2015

Dedicatorias #43. Reclamo tu cuerpo

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43.  Mi cuerpo te reclama, dijiste, digo.   Compenetrados. Reclama, ufff, reclamo. ¿Te das cuenta de la reverenda palabra? Sí, re-lamo tu sal en mi boca mientras nadamos en un mar autocreado. Nos lamemos, como si las lenguas de fuego pudieran apagar las heridas abiertas, las cicatrices reavivadas. Pero en ese momento el incendio aplaca todo menos el enlace reclamado, vociferado con las cuerdas vocales desatadas, rugido, gemido en el tórax raído hasta la punta del pie. Clamo reteniendo mis uñas que rasgan tu espalda que esto es mío y es nada, porque mío no es y en todo caso, nuestro, pero tampoco, porque es más, la luna un planeta (una) quién pudiera disputarlo, y clavada la bandera no tiene dueño. No hay posesivos, no, es un agujero del lenguaje, el hoyo, por fin, feliz por donde se acaba la disputa y renace la felicidad edénica, intangible, absoluta. Entonces clamo con estruendo, extática, clamo que es lamo, definitivamente, lamo tu vos, lamo tu hombro, lamo tu deslizarte pez y las es

Dedicatorias #40. Nochemala

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40. Porque enamorarse es la risa, sí, como te dije, en presencia del otro, del amado, la risa, el gesto, el toque, el roce, la coincidencia milagrosa de la agitación, la sincronía de latidos, la trenza perfecta de miembros musicalizados, su percusión continua que arma una pieza nunca reproducible, efímera, y sin embargo, grabada a fuego en la memoria de nuestros cuerpos. Enamorarse, acto reflejo y reflexivo que, en la segunda erre, anuncia una contemplación en el espejo maravilloso de la pupila dilatada del otro, destellada de amor. Enamorarse, sí, todo eso.  Pero nunca simple, nunca uno, dos erres te dije, contálas, cuatro que van solitas y se agrupan, complejo enrevesado, sí, ayer sentí el reverso y yo tiraba la cuerda invisible y vos te deshacías junto a mí tan lejano, armábamos ese charco de impotencia de horas tiradas a la basura social, un conjunto de trivialidades que nos ordenan el estallido y nos sofocan el crepitar. Ayer no me di vuelta para mirarte porque me habría escabulli