Dedicatorias #79. Despiertos


Tres y veinticuatro
Tres y veinticinco
Tres y veintiséis
Veo pasar el tiempo.
Recuerdo que alguien me dijo: las tres y media es la hora de las brujas. Los bebés se despiertan, gritan, pero no de hambre, de miedo. Aúllan los perros, parecen lobos lastimados. En el Abasto los borrachos vociferan declaraciones de amor y violencia. La noche se rompe como un cristal delicado a esta hora. Las esquirlas salen disparadas y relucientes, parecen estrellas nuevas antes de llegar al piso, antes de herirme en los ojos, en este cuerpo intranquilo que da vueltas en la cama. No sé qué hacer. Dónde estás, estarás despierto, dormido, me soñarás? Te llamo aunque no quiera, deseo aunque no quiera. El mero hecho de alucinar una coincidencia, de pensar que esta presión que siento en el vientre sos vos, el peso invisible de tu cuerpo sobre el mío, entrándome. Me toco, estoy abierta. Soy una puerta que espía la madrugada, una casa de balcón despejado, un ojo que contempla las nubes moverse con el lento viento húmedo. Si pudieras de verdad escucharme, si pudieras sentirme así, no lo dudarías: vendrías hasta acá, y seríamos uno hasta que saliera el sol. Con la luz naranja estriando el azul, volveríamos en sí. Un sí diurno que funciona a base de este encuentro.
Tres y cuarenta y uno.
Hay un gran silencio, profundo. El aire me moja, me impregna, la lluvia quiere irrumpir. El olor es verde, a pasto y tierra fecunda. Pequeñas ráfagas más frías suben por mis pies desnudos, siento que dan vueltas por mis piernas, arremolinando mis brazos, mis hombros, mi cuello. Apenas puedo registrar esto.
Tres y cuarenta y cinco.
Hace años que estoy acá. Hace años que te conozco. Sos el reverso de mi piel, el animal que ruge en mí. Estamos despiertos.

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