Dedicatorias #36. Deixis nuestra


36.
cajas que guardan silencio de cangrejos devorados
en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad
Federico García Lorca

Qué es deixis, preguntaste. Y cuándo te escuchaba, pensé deixis, qué buena palabra, definitivamente es la x, sí, la x y la doble i, es toda Grecia condensada, un señala(r)miento imposible de a dónde quiero ir, sí, a qué sitio, es raro usar ese término, sitio, pero quizás sea preciso sitiar, trazar una línea, situarme, situarnos, porque en realidad (en realidad, qué giro imposible) todo esto viene porque recorté esa cita (otra forma del sitio en el texto) y la vengo masticando, masticando, como si triturara los cangrejos de federico entre los dientes, que jamás se podrían devorar pero que a la vez, comprendo, me llevan hacia atrás como si estuviera sacando cajas de cajas de cajas, cada vez más chicas, a ver cuál es el secreto o la verdad. ¿Y la deixis? Justamente: destapo la cajita, con ilusión (no puedo evitarlo) y no hay nada. Miento (que no señala). Hay vacío. Las cajas son los deícticos, sabés? Las palabras-valijas-vacías que hay que llenar. Entonces la nada que descubro cuando las abro, no es tan fatal, sino todo lo contrario. Puede ser desesperante (¿qué pondré allí? ¿con que llenaré este espacio?) pero no muerto o congelado. De repente: amueblar un departamento nuevo, elegir el nacimiento de los sitios, refundar grecia, poner cada sentido en su lugar. Apropiarse del nombre impropio, inventar la filología con un caracol rosado. Por ejemplo, tu deíctico no es el que todos llaman, sino el que sólo yo sé, y vos sabés el mío. Sssssssssssshhhhhhhhhhhh, nadie más. Porque es lo que permite que sigamos soñando, que no tropecemos con lo real que está ahí, lo ves? Cada tanto se cuela, acecha, mancha de aceite que busca diluir la playa que imaginamos paso a paso, que tramamos noche a noche sin vernos, pero urdiendo esas letras cajas que llenamos de sensación. Horas consumidas vorazmente con oraciones trenzadas para armar el escenario tórrido del amor, a salvo de la rajadura de hielo que ancla el ardor en un fondo irrecuperable. En ese sitio, deíctico por excelencia, correspondemos enamorados. Nada nos detiene porque la playa está hecha a imagen y semejanza. Sin embargo, el clima se descompone y cuando irrumpe la tormenta de frío, los cangrejos destrozados se reagrupan, ejércitos de ellos, encastrados, alineados por una mano gigante que mueve agujas. Hacia atrás y de costado, como grúas, arrastran la arena en la que creíamos caminar, acostarnos, rodar. La agotan, y con ella, el brillo del agua en la orilla pierde sentido, se vuelve distante, espuma que desvanece, recuerdo nunca realmente vivido. Tropezamos en la vereda, contra la pared, nos estremecemos con el sonido de una puerta cerrándose, un celular que chilla, cronos que ataca, ávido, los cuerpos de sol que alucinábamos almas.

No te preocupes. Se me ocurrió algo. Sssssssssssssssssshhhhhhhhhhhhhh (en una de las cajas voy a esconder mi corazón) (que sea deíctico, que lata con tu voz, corazón, tu nombre secreto, el que me diste) (que se quede en la playa sin horas vislumbrando nuestro encuentro) (que sea el único equipaje de la valija antes vacía que llevás sin pensar, sólo deseando) 

km. 2015

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