Dedicatorias 16-20
16.
Ando con el cuerpo roto,
estremecido, me duele cada músculo, me duele la cabeza como después de una
borrachera terrible. Brutal, vos dirías? Ahora el terrible tiene un matiz un
poco más oscuro, todavía no sé cómo definirlo. Cuando el cuerpo me duele
físicamente me gusta. Solía correr en resistencia, puedo llegar al punto del
calambre y volver, que lata lata lata cada miembro de mí, abandonar las ideas y
solo sentir: el cuerpo es todo, mi campo de batalla y placer, sostén del viaje,
difusor de sensación. Cada estímulo el gran desplazamiento. Volver a mí por
vos, a través de tu mano o de tu boca, puente o túnel, sin palabras, la
comunicación del respirar, gemir, sintonizar, aullar.
Te dedico este dolor físico
brutal que se abre en sonrisas orgánicas, naranjas, celulares.
17.
El ataque del toro: solo la
imagen me perturba. Y sí, hay palabras que intentan reponer el temblor, mezcla
de miedo y avidez, entrega y rechazo, de juego ritual que desconocemos al
desconocer al otro, o que empezamos a descifrar como un jeroglífico de piel,
probando, cada gusto, olor, reacción. Desconocemos y descubrimos: vemos algo.
El toro viene hacia mí, alterado, emocionado, agitado, excitado. Tiene la
fuerza, es el animal, es lo que me gusta, yo acá tan civilizada como buena
mujer, como educada señora. Sin embargo, detento el poder, no perdí la
inteligencia, aún. Puedo herirlo, eso me encanta. Detestaría hacerlo, pero me
encanta. Y él lo sabe, también puede matarme de un empujón, pero me mira y nos
perdemos en los ojos, nos enlazamos como cachorros. Qué sería yo en esta escena,
te pregunté, ¿la princesa asediada, la doncella, una ariadna perdida? No… No.
Vos sos la torera.
Entonces lo vi: me descubriste
completa y me ruboricé. Sólo con palabras tocada. Touché.
Mi estocada –dedicada– fue de
besos.
18.
No me alcanza un minuto, ni una
hora, ni un siglo. El tiempo no sirve. Lo lineal me rebela, me escandaliza, qué
es andar en línea recta, cómo, no sé, no es verdad, una imposición de
calendario, unos números que alguien inventó. Yo digo que existe un
"minuto" infinito y es nuestro, que nos incendiamos de amor y el fuego
nos reinventa, y somos nuevos, lustrosos, pelaje suave y tupido, animales
felices. Que nos revolcamos jugando, nos preguntamos creando. Que tramamos
letras mágicas como hechizos, que es posible, que se vive en espiral, que hoy
siento más que a los 18 y este cuerpo es para explorar. Se abre inevitable, te
recibe, nos encontramos. No hay tiempo que valga, solo un espacio azorado,
atónito por nuestra presencia de fuego, de lenguas que hacen remolino y se
alientan, que conjugan verbos que chocaron y se fundieron cuando nos tocamos.
La traducción de lo íntimo es mirarse largamente y hacer un puente, un hilo
invisible que nos conecta no importa dónde ni cuándo. Si vos tirás, ahí estoy.
Resguardo para siempre.
19.
En el pecho el corazón habla,
cada vez que te acercás, a la distancia o a un centímetro, el corazón me habla,
se desboca, te nombra: ve, veo, te veo, ve, andá, vení, dame tus manos, dame ya
tu boca, toquemos juntos esta música de tambor en el paladar.
20.
Ahora te sueño, borroso y
vívido. Es una masa de sensación que me cubre y lo que veo con nitidez son
detalles: tus labios entreabiertos con una sonrisa, tus ojos que miran hacia el
costado irradiados de alegría, como diciendo no, no puede ser, esto no puede
ser, y sorpresa, regalo, todo junto fragmentado en instantes fotográficos. La
textura tenue de tu piel, un abrazo apretado, crisálida de cuerpos en
transformación. Partidos al medio existimos, surgen manos, estrellas, extremidades
que no vemos y se conectan, colisionan, crean nuevos planetas.
La ventaja onírica es la
impunidad en la sucesión.
Ahora estamos desparramados en
una cama, es nuestra, la cama, la habitación, el viento que entra por un gran
ventanal y hace bailar las cortinas claras. Todo es de color muy claro, blanco,
amarillito apenas, blanco cálido no plano, titilante, las telas vuelan y
dibujan espirales y me cuelgo mirando ese movimiento mientras te siento pegado
a mi lado, mientras decís palabrascaricias, palabras que viven ahí, en la línea
contagiada de nuestros cuerpos oídos, lenguas renacidas que descubren que:
decir, en el
amor, es un gesto, un sonido.
km. 2014
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