Escena de niña con bomba
La escena es ésta:
Una nena, o niña si quieren (para hacerlo más neutral), muy
bonita ella, muy arreglada, rubiecita, pelo perfecto, ojos de miel, blanquísima
con algunas pecas, primero está seria, neutra, no se puede intuir lo que
piensa, tiene las manos agarradas por detrás, no se ven, ella no se mueve.
Hasta que con lentitud se desanuda un brazo y lo empieza a extender, el otro se
acomoda a su lado, suelto, tranquilo. Morosamente las facciones de la cara
sufren cambios, mínimos pero constantes: desemboca en una sonrisa torcida de un
lado y un repentino brillo en los ojos, flashean las pupilas, destellan.
Alguien podría llamarla “pícara”, o “traviesa”. Ahora se puede apreciar el
contenido de la mano antes oculta, es una bomba, sí, de ésas como calcadas de
un dibujo animado, una bomba redonda, una esfera negra con una mecha blanca y
larga, reluciente, que cae a un costado, tranquila, segura. La niña permanece
así unos instantes, parece una eternidad (uno esperaría más acción, ¿qué va a
hacer ahora? ¿o se va a quedar así, inmovilizada en esa mueca de risita y con
una bomba en la mano?). Quizás pasa un minuto. Fugaz se ve un cambio de
expresión, revolea los ojos y se tensa. Pero no hace, en efecto, nada. Luego
mueve muy rápido la otra mano, la que está libre y busca algo en un bolsillo,
hasta este punto invisible, de la falda triangular color verde. Extrae un
cilindro pequeño, naranja rabioso. No se distingue bien qué es, permanece un
rato nuevamente quieta, piensa? Su rostro sigue tenso, diríamos que está
rígida, sin embargo, algo se mueve por dentro. Esa rigidez es mentida,
contenida, es obvia agitación. ¿Serán las pestañas que parecen moverse? Largas
pestañas, oscuras, enmarcan los ojos que de pícaros brillantes se han puesto
aguados, como si se estuvieran desdibujando muy de a poco. Hay temor. El
cilindro es un encendedor, se ha develado una llamita naranjazulada
tintineante. Ahora toda la imagen parece temblar, impulsada por una brisa suave
interna, corriente de la sangre que burbujea. Ya sabemos qué pasa, es siempre
el final, ya sabemos. Entonces, ¿vale la pena decirlo? A ver. Mueve la llamita
débil hasta la mecha, debe bajar el brazo, apuntar con la mano, ir con
seguridad pero no tan rápido. La llama murió. Ni tocó el pabilo. Murió antes de
llegar. Hay otra oportunidad (de pensar, de tomar la decisión). El encendedor
es frotado en falso, una, dos, tres, a la cuarta prende. La llama parece más
decidida ¿o es la manito apretada? Se acerca a la mecha rápido, está
prendiendo, sí, está encendiendo, y de un segundo para otro, ya no. Se apagó
otra vez. Hay una oportunidad más (no hay un destino, sólo finales más
conocidos, más estereotipados, pero también está la voluntad, contra el deseo
la voluntad, es posible? ¿Qué batalla es ésta? La voluntad, de hierro le dicen.
Pero el fuego intenso vence todo, el hierro se hace una serpiente ondulada,
fofa, escurridiza). La llama está encendida, los ojitos otra vez relumbran,
como si supieran que tanto no se puede fallar. El cuerpo parece ahora un poco
menos duro, y los dientes se abren paso entre unos labios tiernos. Ya no puedo
distinguir ver, se me nubló la vista. Empañada, ahumada? ¿Qué tengo? En un
vértigo de flecha el brazo se mueve y ahora la cuerda, acostumbrada, bien
dispuesta, excita un fuego vivaz. Sube, sube, sube, sube. Sube. La cuerda
lánguida se vuelve negra. Es rápido el estallido, rapidísima la transformación.
Fallan mis ojos pero algo veo, ciclópe. Por sobre todo, oigo la explosión y a
continuación, el silencio más puro, puro placer. Las esquirlas me alcanzan me
penetran me hieren profundamente. Mi piel se abre y entonces veo que se quema.
La niña y yo. La bruja y yo. La puta y yo. En la hoguera autoencendida. En la bomba en la
bomba. Las ruinas de los cuerpos. En mi cabezacorazón.
km.2014
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