subterráneo 3
(viene de subterráneo 2)
Mi audiencia principal es
adolescente, de todas maneras.
Quiero ser una heroína
adolescente siendo yo misma una adulta no reconocida o reconocible.
El ascensor nunca viene,
excepto cuando estoy cerrando la puerta de nuevo porque olvidé algo (50% de las
veces). Dos veces salgo, dos veces, a veces, vuelvo a subir. Dos veces me
arrepiento de volver a salir.
Me entretengo pensando
excusas creíbles y he llegado a ser una gran pensadora de excusas que nunca
utilizo. También afirmo que la credibilidad no está en el discurso. ¡Eso es
absurdo! Es el decir lo que cuenta, el tono, la expresión. Por teléfono, las
pausas y las leves inflexiones, el respirar, eso es lo fundamental.
Odio llegar tarde, y sin
embargo, el 70% de las veces “llego tarde”, “estoy llegando tarde”. Siempre
hay una brecha de tiempo en la que no sé si llegaré puntual, justo sobre la
hora, o simplemente, tarde.
Corro, me agito, aunque no
tengo dónde correr: Corro, me agito.
Mi corazón late
desmedidamente rápido. ¡Y qué emoción! Sólo por la incertidumbre de la
puntualidad, por haber llevado al máximo la capacidad de retrasarse, dar
vueltas, olvidar. ¡Jamás me levanto tarde! Claro que no. Eso sería demasiado
fácil. ¿Dónde estaría la emoción, the thrill, the excitement?
El pelo me lleva unos 10 minutos de arreglo. He tratado de disminuir esta marca, pero menos tiempo hace
que la apariencia sea realmente detestable: una imagen adolescente que ya no es
fresca, algo gastada, “medio pelo” es una expresión feliz y común para
describirla. Nunca voy a la peluquería, excepto cuando las “mechas”, como dice
mi madre, se hacen absolutamente inaceptables, esto es, ni 10 ni 20 minutos
pueden borrar el “medio pelo” o el desastre capilar. Debemos, entonces,
proceder de manera radical: el pelo se ata. Punto. Al menos, se logra una
apariencia de cierta prolijidad y limpieza que me permite moverme discretamente
en la marea social.
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